A 40 años de la guerra de Malvinas: 74 días que dejaron una huella imborrable en la Argentina
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A casi 150 años de la usurpación británica de las islas, Argentina vivía a comienzos de 1982 uno de los períodos más oscuros de su historia. La dictadura hacía seis años que ostentaba el poder tras el golpe del 24 de marzo de 1976 y el descontento popular se palpaba en las calles. Más de un lustro de represión ilegal había dejado una estela de 30.000 desaparecidos. El país estaba sumido en una grave crisis.
Hasta entonces, la recuperación de Malvinas estaba enfocada en el plano diplomático. Pero la dictadura tenía un plan.
“El desembarco no fue improvisado, la guerra sí”: “El desembarco fue parte de un arreglo interno entre la Marina y el entonces jefe del ejército Leopoldo Fortunato Galtieri para voltear al jefe de la junta militar Roberto Viola y ser presidente. A cambio estaba la vieja aspiracion de la Marina de recuperar las Malvinas”.
El plan estaba previsto para ejecutarse en mayo de 1982, pero no preveía una guerra, sino obligar a Londres a negociar. Pero todo se precipitó el 19 de marzo cuando el comerciante de chatarra Constantino Davidoff llegó a las Islas Georgias.
Davidoff era dueño de una compañía contratada para desmantelar una estación ballenera en las islas. Al llegar, el grupo de trabajadores izó la bandera nacional y cantó el himno. Ese gesto, que el propio empresario negó tiempo después que hubiera sucedido, derivó en una represalia británica. Londres despachó entonces un buque desde Malvinas y desencadenó una grave crisis bilateral. El conflicto no tuvo vuelta atrás.
Entonces, la junta militar ya encabezada por Galtieri ordenó la puesta en marcha del plan de recuperación de las Malvinas elaborado en 1981 bajo el nombre en clave de “Azul”. Finalmente el proyecto se conoció como “Operación Rosario”.
Pero el país era un hervidero. El 30 de marzo, un sector de la entonces dividida Confederación General del Trabajo -la CGT Brasil liderada por Saúl Ubaldini- organizó una huelga general bajo la consigna “Pan, Paz y Trabajo”. La represión dejó un muerto, cientos de heridos y el arresto de miles de personas en todo el país, entre ellas el propio dirigente gremial. Decenas de miles de manifestantes se movilizaron al grito de “se va a acabar, se va a acabar, la dictadura militar”. Fue la mayor protesta popular contra el régimen.
El desembarco derivó en un enfrentamiento armado con la guardia que custodiaba al gobernador Rex Hunt que culminó con la muerte del capitán de corbeta Pedro Edgardo Giachino y dos heridos en las filas argentinas. La rendición de la autoridad colonial se produjo a las 09.15 de ese mismo 2 de abril. La operación terminó sin bajas civiles ni de tropas británicas.
En el continente la noticia de la recuperación de Malvinas desató una euforia que derivó en una multitudinaria manifestación en Plaza de Mayo, solo dos días después de que el emblemático paseo porteño fuera el escenario de una brutal represión. El país se encolumnó entonces detrás de la causa Malvinas, en medio de una fuerte campaña fogoneada desde los medios oficiales.
“La recuperación de las islas era y es una causa popular. Estos tipos que se la pasaban asesinando gente se encontraron con una plaza llena apoyando algo que ellos habían hecho. No se podían bajar de eso”.
El Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas aprobó ese mismo día una resolución que exigía el cese inmediato de las hostilidades y el retiro de todas las fuerzas argentinas de las islas. Además, exhortaba a los gobiernos de la Argentina y Gran Bretaña a hallar una solución diplomática al conflicto. A esa misma hora, la premier británica Margaret Thatcher anunció el envío de una “Task Force” (fuerza de tareas) al archipiélago austral.
La dictadura comenzó a enviar soldados y pertrechos a las islas. Se calcula que en total fueron desplegados unos 10.000 efectivos en el archipiélago austral, mal pertechados, sin ropa adecuada para soportar bajas temperaturas y con una mayoría de conscriptos de 18 o 19 años que tenían una muy escasa preparación de combate. En ese entonces el servicio miltar era obligatorio en la Argentina.
En tanto, el 5 de abril, la escuadra británica partió de su apostadero en Portsmouth. Cinco días después, en otro acto multitudinario en Plaza de Mayo, el dictador Galtieri desafió: “Si quieren venir que vengan. Les presentaremos batalla”.
A partir de entonces y hasta el 25 de abril, cuando tropas británicas desembarcaron en las Georgias, la diplomacia internacional motorizada por Washington buscó una solución pacífica al conflicto.
El general Alexander Haig, designado por el entonces presidente estadounidense Ronald Reagan como mediador, llegó a Buenos Aires poco antes de que Londres dispusiera una zona de exclusión marítima en torno a las islas. Pero todos los intentos de evitar la guerra fracasaron.
La flota inglesa ya había llegado al Atlántico Sur. El ataque británico contra la guarnición argentina en las Georgias marcó el comienzo formal de las hostilidades, más allá de la escaramuza registrada durante el desembarco del 2 de abril. Las tropas británicas pusieron fuera de combate al submarino “ARA Santa Fe” y ocuparon las islas. El 30 de abril Haig anunció el fracaso de las negociaciones y la Casa Blanca anunció su apoyo a Londres. Además impuso un embargo militar y económico al país.
Al mismo tiempo, se produjeron los primeros combates aeronavales. Argentina informó el abatimiento de cinco aviones Harrier.
Las hostilidades no impidieron un último intento diplomático por detener la escalada bélica a cargo del entonces presidente del Perú, Fernando Belaunde Terry. Sin embargo, el plan fracasó después que el 2 de mayo el submarino nuclear británico HMS Conqueror torpedeó y hundió al crucero argentino ARA Gral. Belgrano fuera de la zona de exclusión marítima. En el ataque fallecieron 323 tripulantes. Con su acción, el gobierno de Thatcher echó por tierra la última esperanza de una negociación diplomática.
La guerra fue escalando en forma inevitable. “Por testimonios de la época muchos militares sabían que no se podía ganar, pero eran soldados y cumplían órdenes. Además, pesaba el hecho de la recuperación de Malvinas como un anhelo nacional y de ser protagonistas”. Pero enfrente tenían a un ejército profesional de una de las mayores potencias del mundo apoyada por Estados Unidos.
El contragolpe argentino fue contundente. El 4 de mayo aviones navales equipados con misiles Exocet atacaron al destructor inglés HMS Sheffield, que se hundió poco después. Veinte marino británicos murieron en la acción. Al mismo tiempo un nuevo plan de paz de la ONU fue rechazado por Londres.
Mientras tanto, en el continente, la prensa oficial mantenía un fuerte discurso propagandístico. La censura impedía conocer lo que sucedía en las islas. Los soldados comenzaban a sufrir el frío y el hambre y se veían obligados a robar alimentos. Otros fueron “estaqueados” en tierra por orden de sus superiores, bajo temperaturas gélidas, en represalia por alguna indisciplina, según denunciaron al final de la guerra.
Los combates se sucedieron en los días siguientes. El 10 de mayo la fragata británica HMS Alacrity hundió al ARA Isla de los Estados en el estrecho de San Carlos con un balance de 22 marinos fallecidos.
Días después fueron puestos fuera de combate los buques argentinos “ELMA Río Carcarañá” y “ARA Bahía Buen Suceso”. El 20 de mayo un helicóptero británico Sea King se estrelló en Punta Arenas, en Chile, lo que dejó en evidencia la ayuda de la dictadura de Augusto Pinochet a Londres.
El 21 de mayo las tropas británicas lograron establecer una cabecera de playa en Puerto San Carlos. Fue una de las mayores batallas de la guerra, donde el valor de los aviadores argentinos produjo severas pérdidas a las fuerzas enemigas. Los ataques argentinos provocaron daños en 4 fragatas y hundieron el HMS Ardent. Doce aviones y tres helicópteros fueron abatidos por los británicos.
El papel de la Fuerza Aérea argentina tuvo un rol fundamental en esta etapa de la guerra. El 24 de mayo la aviación nacional hundió la fragata británica HMS Antelope y un día después aviones argentinos averiaron a tres fragatas misilísticas y hundieron al destructor HMS Coventry. Además dañaron al transporte pesado Atlantic Conveyor, que naufragó tres días después.
Al mismo tiempo, la aviación argentina seguía su ofensiva contra las fuerzas navales. El 30 de mayo un ataque aéreo provocó daños en el portaaviones HMS Invincible, pero este hecho nunca fue confirmado por Londres.
Mientras la propaganda oficial repetía la frase “estamos ganando”, el conflicto bélico entraba en sus últimos días de combates. El 1° de junio las tropas británicas llegaron al monte Kent, a apenas 20 kilómetros de Puerto Argentino y comenzaron los duelos de artillería terrestre.
El 8 de junio, la Fuerza Aérea Argentina hundió al buque de transporte de tropas RFA Sir Galahad y una barcaza de desembarco, así como a la fragata HMS Plymouth. En tanto, el transporte de tropas RFA Sir Tristam fue hundido. Se trató de uno de los días más difíciles de la guerra para el Reino Unido.
En Buenos Aires, el 11 de junio, llegó el papa Juan Pablo II y convocó a una misa multitudinaria por la paz. Pero su arribo no detuvo los combates. Un día después, el “HMS Glamorgan” fue averiado por un misil Exocet argentino, mientras soldados británicos atacaban los montes Two Sisters, Longdon y Harriet, a las puertas de la capital malvinense.
El 13 de junio, mientras los argentinos seguían la transmisión del partido inaugural del Mundial de España 82 entre la selección albiceleste y Bélgica, las fuerzas británicas penetraron las defensas argentinas y ocuparon las colinas alrededor de Puerto Argentino. La suerte estaba echada. Un día después, el 14 de junio, la guarnición argentina se rindió.
Ese mismo día, en Buenos Aires, la Plaza de Mayo fue escenario de una movilización convocada por la dictadura, pero pronto se volvió un acto de protesta reprimida por las fuerzas de seguridad. “Los chicos murieron, sus jefes los vendieron”, gritaban los manifestantes. Cuatro autobuses y varios autos fueron incendiados, según la crónica de El País de Madrid de la época. Galtieri pensaba hablar desde el balcón de la Casa Rosada, pero finalmente tuvo que hacerlo por cadena de radio y televisión.
“El combate de Puerto Argentino ha finalizado”, dijo, sin dar mayores detalles ni mencionar el término rendición. La Junta Militar se disolvió el día 23 y una semana después asumió el general Reynaldo Bignone, el último gobernante de la dictadura, que comenzó su retirada en medio de un repudio generalizado. En diciembre, la nueva junta militar creó una comisión para investigar las responsabilidades de la guerra. Entre sus conclusiones, el llamado “Informe Rattenbach” (por el nombre del teniente general Benjamín Rattenbach que la presidió) aseguró que en el conflicto hubo graves errores e irresponsabilidades.
Bignone fue el encargado de llamar a elecciones. Los comicios se celebraron finalmente el 30 de octubre de 1983 con el triunfo de Raúl Alfonsín, que asumió el cargo el 10 de diciembre, poniendo fin a 7 años de régimen dictatorial.